25 de marzo de 2015

LA PSICOGENEALOGÍA - Entrevista a Anne Ancelin Schutzenberger - 3



¿Se podría evitar? ¿Puede alguien escapar a la repetición y dirigir libremente su propia historia?



A.A.S.: Para evitar la repetición, es necesario tener consciencia de ella. Acuérdese de la chica sueca. Cuando la ayudé a darse cuenta de que, si sucumbía al cáncer, no habría nadie que le llevara flores a la tumba de su madre y que, además, su querida madre hubiera querido que ella viviera mucho más, para ella fue un shock muy grande e, inmediatamente, se produjo un cambio radical en su vida y en su enfermedad. 


Recuperó las ganas de vivir, dejó de desarrollar síntomas del cáncer, las metástasis desaparecieron, recuperó la energía y ganó peso, volvió a su trabajo y a su vida normal… Hizo que le pusieran una pierna artificial y aprendió a esquiar y a conducir un coche adaptado. Estaba tan radiante que los que la habían cuidado casi no la reconocieron.


Si el origen del dolor o de la enfermedad está cerca de la consciencia, el mero hecho de visualizar la historia familiar de golpe, seis o siete generaciones, es decir colocarla en el árbol genealógico, en su contexto psico-político-económico-histórico a lo largo de los años y, bruscamente darse cuenta de las repeticiones, puede bastar para crear una emoción lo suficientemente fuerte como para liberar al enfermo del peso de las lealtades familiares inconscientes. 

Personalmente, al hacer trabajar a un paciente sobre su familia, su árbol genealógico y sus secretos, a menudo consigo poner al día, en dos o cuatro horas, lo que antes tardaba diez años de diván en conseguir. La realidad de los hechos y las repeticiones saltan a la vista. Todo se ve más claro desde el principio. 

Sin embargo, desconfiemos, como Freud, de la catarsis a la que no sigue una preelaboración (el famoso working through, el trabajo continuo sobre uno mismo, sus sueños, sus asociaciones de ideas, sus lapsus… que componen la curación analítica=. Recordemos que Freud, en una de sus obras, exponía el problema de las recaídas al final de la terapia, y comparaba la curación con una sinfonía, cuyas notas se desarrollan y se retoman en varios registros, varias veces, antes de estallar justo antes del final. 

Además, a veces el secreto familiar está tan oculto que resulta imposible tomar consciencia de él. En estos casos, es necesario recurrir al análisis de los sueños, las asociaciones de ideas (mediante un diálogo con el terapeuta, como propone Winnicott, inventor del codiseño) o a los recuerdos personales y los intercambios de opiniones con un pequeño grupo de terapia, con una puesta en escena de las experiencias familiares, como en el psicodrama.

El hecho de poner en escena una situación antigua de forma integral, con todo el cuerpo y no únicamente con las palabras, ayuda a revivir la emoción de lo que se escondió y permite, al fin, expresar los sentimientos reales y la tensión que había nacido entre lo que nos escondían y lo que, sin embargo, presentíamos, hablar, llorar, gritar y pegar previene la conversión del trastorno psíquico en síntoma somático. 

Por eso es tan importante poder expresar las emociones, los verdaderos sentimientos, sin miedo ni pudor, los secretos, los no-dichos, los traumas ocultos, los grandes dolores y los duelos no realizados (en el psicodrama, la técnica del exceso de realidad permite despedirse de los muertos antes de su muerte, como si sucediera en ese momento, o después, en su tumba o cerca del mar que los engulló sin sepultura, por ejemplo, y al terminar de una vez por todas con las tensiones acumuladas y conseguir la Gestalt que hasta entonces sólo había intuido).


El siglo XX fue el siglo de las hecatombes. Por primera vez en nuestra historia, millones de hombres fueron enterrados, a menudo sin sepultura, lejos de su tierra y de sus antepasados.
¿Podemos hablar, en este caso, de un enorme trastorno generacional en nuestra civilización?

A.A.S.: En el siglo XX apareció un fenómeno nuevo: las masacres masivas de la Primera Guerra Mundial, seguida de las guerras civiles rusa y española y de la Segunda Guerra Mundial. Estos conflictos provocaron millones de muertos anónimos; innumerables desaparecidos sin sepultura; la coexistencia, en las trincheras o en los campos de concentración, de muertos, de agonizantes y de vivos, la lenta agonía de los heridos o los gaseados… y las pesadillas de los supervivientes y sus descendientes.



Recordemos que, ya en su época, los cirujanos militares de Napoleón I reconocieron e identificaron, durante la retirada de Rusia, en 1812, el "síndrome de silbido de las bombas" para calificar los sufrimientos, las pesadillas y las angustias de los supervivientes y los testigos de la trágica muerte de sus compañeros (lo mismo que encontramos actualmente en las pesadillas de sus descendientes en muchos países como Francia, Israel, Armenia, Polonia… incluso en Canadá y Estados Unidos). 

Por eso, para los armenios ha sido realmente importante ver recientemente que la comunidad internacional reconocía su genocidio, aunque se haya producido cincuenta años después. Estoy segura de que a millones de personas esto les ha permitido recuperar la paz interior. Tenían que matar el fantasma. En el caso contrario, hay una dimensión dramática en el olvido de ciertas fechas, como la del asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero del imperio austrohúngaro, el 28 de junio de 1914 en Sarajevo, que desencadenó la Primera Guerra Mundial, la subida al poder de Hitler y la Segunda Guerra Mundial.

Cuando uno sabe que un muerto mal enterrado impide realizar el duelo en la familia, resulta fácil imaginar que una hecatombe pueda generar un inmenso trastorno en la civilización. Y no hablemos de los niños armenios masacrados en 1915 (más de dos millones), de los judíos deportados a los campos de concentración o los gaseados de Verdún que sufren crisis de asma, eczemas y violentas migrañas los días de la masacre, la deportación o el drama. En estos casos creo que es posible realizar un trabajo terapéutico a gran escala, con todos los supervivientes y descendientes como pacientes. Cuando un antepasado ha sufrido, para sus descendientes es fundamental que el dolor sea reconocido.

Una vez dicho esto, también debo reconocer que no hace falta hablar de circunstancias tan dramáticas para que el síndrome de repetición arruine la existencia de alguien. De la cantidad de personas que han acudido a mi consulta porque sufren problemas psicosomáticos inexplicables, los hay por ejemplo que se les repite un sueño en que sistemáticamente suspenden un examen y su vida profesional queda en el aire… sin ninguna razón aparente.




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