Me acuerdo de un chico trabajador e inteligente que tenía éxito en todo, menos en los exámenes. Juntos descubrimos que, desde el siglo XIX, catorce de sus primos habían suspendido el bachillerato.
Buscamos el origen del problema y, al final, comprobó que a su bisabuelo lo habían echado de la casa el día antes del examen de bachillerato porque se había acostado con la criada y la había dejado embarazada, y como tenía un estricto sentido de la responsabilidad, se fue y se casó con ella.
Pues bueno, el hijo de este señor a su vez, dejó la escuela el día antes del examen y su hijo también, cada vez por razones banales. Y este peso se transmitió durante cuatro generaciones porque el bisnieto de este señor todavía sufrió las consecuencias de esta falta cuidadosamente escondida por toda la familia. Desde que descubrimos la historia y realizamos un trabajo familiar, ¡Todos los hijos de la línea sucesoria aprobaron sus exámenes!
¿Y cómo se puede explicar el entusiasmo actual por la terapia transgeneracional?
A.A.S.: vivimos un periodo de profunda transformación de nuestro medio y de nuestra manera de pensar, tanto del cuadro de vida como de su contexto. Es, como dijo Alvin Toffler, un estrés colectivo, una especie de shock del futuro, algo que muchas personas viven con cierto grado de angustia. Hoy en día, existen muchos datos desconocidos de los cuales depende la supervivencia de nuestra cultura y de nuestro planeta. Durante el trastorno general, muchos terapeutas se tienen que enfrentar a casos difíciles en los que se apoyan las teorías clásicas. Permitir un arraigo de la persona a su historia forma parte de las soluciones.
En Aïe mes aïeux! a menudo hace referencia al psicoanalista húngaro Iván Boszormenyi-Nagy. ¿Qué demostró?
A.A.S.: En su práctica clínica, hacía que sus pacientes hablaran de sus familias porque, según él, el objetivo de la intervención terapéutica era restituir una ética de las relaciones transgeneracionales.
Sus conceptos clave de lealtad familiar invisible y de gran libro de cuentas familiares me han facilitado mucho el trabajo. La unidad de los miembros de un grupo depende de su lealtad. Y se debe establecer un vínculo entre esa lealtad tanto como las ideas como con las motivaciones y los actos de cada miembro del grupo. Y de ahí se desprende otro concepto: el de la justicia familiar.
Cuando la justicia falla, esto se traduce en el abuso de unos miembros de la familia sobre los otros, y entonces hay que ir a buscar patologías o accidentes repetitivos. En cambio, en caso contrario, hay afecto, atenciones recíprocas y las cuestiones familiares están al día. Podemos hablar de equilibrio de cuentas familiares o de un gran libro de cuentas familiares donde cada uno puede verificar si están en números negros o rojos.
Si se deja que las deudas, las obligaciones y los favores que se deben se acumulen de generación en generación, se corre el riesgo de tener que enfrentarse con todo tipo de problemas, como herencias injustas, querellas, rupturas anormales… Uno de los débitos familiares típicos es una muerte que se ha vivido como algo tan injusto que no se puede llorar, decir, no vivir el duelo y así la herida queda abierta por siempre jamás.
¿Puede darnos algún otro ejemplo de deudas en las cuentas familiares?
La deuda más importante de la lealtad familiar es la que cada persona siente hacia sus padres por el amor, el cansancio y las situaciones que ha recibido desde la infancia hasta la edad adulta. Satisfacer esa deuda es de orden transgeneracional, es decir, que lo que hemos recibido de nuestros padres, lo transmitiremos a nuestros hijos, etc. Puede darse el caso de que haya distorsiones patógenas entre los méritos y las deudas. Pongamos un ejemplo: hay familias en las que la hija mayor adopta el papel de madre con sus hermanos pequeños, e incluso con su propia madre.
Es lo que llamamos parentificación. Un niño que debe adoptar el papel de padre o madre demasiado temprano sufre un importante desequilibrio relacional. En realidad es muy difícil entender los lazos transgeneracionales y el libro de méritos y deudas, porque no hay nada claro. Cada familia tiene su manera de definir la lealtad familiar. Pero el estudio transgeneracional puede aportar una clarificación definitiva sobre el tema.
En su obra, descubrimos un enfoque antropológico donde insiste en la importancia vital de las normas familiares.
A.A.S.: ¡No fue casualidad que dejara analizarme por un antropólogo (Gessain fue director del Museo del Hombre y acompaño a Paul Émile Victor en su visita a los esquimales) y que trabajara con Margaret Mead! El enfoque antropológico contextual es fundamental: es completamente necesario colocar a las personas y los acontecimientos en su contexto y entender las normas familiares y sociales de la época, del medio y del lugar precisos.
Hablemos de algunas normas familiares que nos encontramos a menudo: hay familias cuidadores/cuidadas, donde determinados miembros de la familia cuidan a otro, que está enfermo; en otras familias la norma es hacer lo que sea para que el hijo mayor vaya a la universidad, aunque siempre tiene que ser un chico, nunca una chica; hay otras familias donde se designa a un heredero para continuar con los negocios familiares; en otras, varias generaciones conviven bajo el mismo techo. En otra época, un hijo heredaba todo lo de casa y los demás tenían que ir a buscarse la vida.
Cuando uno observa un genosociograma, es esencial ver qué normas están en vigor y quién las ha elaborado. Puede ser un abuelo, una abuela, un tío… Cuando uno empieza a entender estas normas, puede intentar ayudar a la familia a conseguir una disfunción relacional menor y un mejor equilibrio de deudas y méritos de cada uno. ¡No siempre es fácil descifrar una familia!
También ha estudiado en profundidad el fracaso escolar. Según usted, ¿suele ser algo de orden transgeneracional?
A.A.S.: Mi enfoque es contextual, sociopsicológico, psicoanalítico, transgeneracional, etnológico y etológico a la vez. Todas estas ciencias son importantes y sus aportaciones son complementarias. En el caso del fracaso escolar, tenemos que añadir el especto socioeconómico de las lealtades familiares brillantemente analizadas por Vincent de Gaulejac que, debo admitirlo, me han abierto mucho los ojos. Demuestra lo difícil que es para un buen hijo o una buena hija sobrepasar el nivel de estudios de sus padres; es posible que se pongan enfermos el día antes del examen, o perderán el tren, o tendrán un accidente por el camino, o sencillamente se olvidarán de poner el despertador.
Al hacer esto, responden inconscientemente al mensaje doblemente apremiante de su padre, el famoso double-mind: “Haz como yo pero, sobretodo, no hagas como yo”. Es decir: “Lo hago todo por ti y quiero que tengas éxito… pero me da miedo que seas más que yo y que nos abandones”. Sin embargo, estos mensajes son casi todos de los tiempos de generaciones precedentes. Aún así, la fidelidad a nuestros antepasados, ya sea consciente o inconsciente, siempre está presente.
La historia de las generaciones pasadas puede guiar nuestro destino individual. Lo que significa que algo que un antepasado vivió hace cincuenta o cien años puede orientar las elecciones vitales, determinar la vocación, desencadenar una enfermedad o incluso provocar la caída de las escaleras de un bisnieto.
Entonces ¿qué queda a nuestra libre elección?
A.A.S.: Todo, Porque también tenemos la posibilidad de desligarnos de las repeticiones familiares para reconquistar nuestra libertad y empezar, por fin, nuestra propia historia.
FIN
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